Caminos infinitos
Tenía cerca de 7 años. No, en realidad fue mucho antes. Antes de presenciar mi primera película de Almodovar recién nacida, en una cesta de mimbre. Antes de escuchar The Smiths en la tripa de mi madre. No era la primera vez que lo escuchaba, pero era la primera vez que mi padre me enseñaba a escucharlo. Ambos en cuclillas frente al aparato de música, con el librillo del disco entre las manos: "estoy no es Christina Rosenvinge, Gabriela. No es tan movido. Es más tranquilo pero aún así, sigue siendo igual de potente. Y escucha las letras... son emocionantes". Me lo decía mientras metía el disco, concentrado, disfrutando de poder compartirlo conmigo. Yo me quedé en el suelo, atenta, como él me había dicho. Leía la letra, escuchaba la música, y por el rabillo del ojo observaba a mi padre agitar la cabeza, los brazos, mover el cuerpo, temblar, estremecerse, cerrando los ojos y dejándose llevar por cada golpe musical. Aquello era fascinante.
Si se sentaba en el sofá (de hecho, aún le ocurre), al sonar el disco se mordía el dedo pulgar y le temblaban las piernas, y con ellas el sofá y yo. Recibía las emociones de cada canción a través de mi padre. Después fuimos a un concierto en Santander, en el Palacio de la Magdalena. La gente se mecía, y entre la gente, mi padre y un amigo saltaban como si fuesen a salir volando de la energía que desprendía todo. Se veían salir sus brazos hacia el cielo entre la multitud. Y yo, desde la barrera, lo ví brincar en el escenario, con su pelo largo, goteando sudor, rasgando el aire con la guitarra, como una sombra viva entre las luces de fuego.
Recuerdo como fui aprendiendo poco a poco cada una de sus canciones, descubriéndolas a medida que pude ir adaptándolas a todo aquello que me pasaba. Y ya, más mayor, recuerdo aquel concierto, a solas con él. A solas, porque fui sola a verle. Seguramente era la menor. Fue para mí. Su voz se perdía en la sala. Era más pequeño, estaba más encogido... pero él no era sólo él, era él y sus canciones, él y mis recuerdos, él y mi padre, él y mi infancia, él y mis decepciones amorosas, él y mis días tristes, mis días alegres, mis viajes en coche, mis lágrimas, mi vida. Era igual de gigante, igual de magnífico.
Después de morir Marga sacaste un nuevo disco. Un nuevo disco lleno de energía, lleno de vida. Ahora que estás con ella, y aunque no pueda evitar llorar al recordar(te)... sacaré mis fuerzas con las tuyas, para que el día de hoy no sea del todo amargo.
No sabes cuánto vamos a echarte de menos.
Recorrió con la mirada
las esquinas del papel
y una puerta dibujada
se abriría para él,
descubriendo al otro lado
y más allá de lo que alcanza a ver
los caminos infinitos
infinitos a sus pies.
Se amontonan tantos años
uno a uno, diez a diez,
la luz de la mesilla
ilumina hoy letras de ayer.
De las anchas calles
al estrecho callejón;
del mechero al primer fuego,
de la cima al socabón.
Hay caminos infinitos.
Para encontrar
otra luz de cruce
otra señal de bus;
recuperar
cada uno su razón
y mi desordenada habitación.
Un camino se adentraba
en los campos que soñé.
Con él otro se cruzaba,
el camino del saber.
Y yo en la encrucijada
busco la respuesta a un por qué.
Busco el camino infinito
el que va desde el nueve al diez.
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2 comentarios:
Qué bonito lo que has escrito...
muxutxus
Gracias...
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